01 julio 2013

La memoria olvidada

La memoria es un lugar incómodo, seductor, siempre extraño, tan personal como ajeno, tan real, tan falso como las noticias de un telediario, tan íntimo como subjetivo. La memoria es un refugio, el último refugio, tan incontestable, tal vez por ello tan tramposo, el espacio donde siempre se puede encontrar una razón, esa razón, con la que apropiarse de la legitimidad, con la que creer que el pasado sirve para justificar un presente incoherente. Domesticarla, reconfigurarla, apropiarse de ella para construir un yo diferenciado, especial, distinto. En su normalidad o en su excepcionalidad. Es el objetivo. A veces envidio a aquellos que aseguran que no son capaces de recordar las cosas que les pasaron hace años. A los que no se reconocen en las personas que vivieron en sus cuerpos en otros momentos de su vida. A veces los envidio, sí.  A  veces, en cambio, lo siento por ellos. Por la orfandad emocional e intelectual en la que viven. O en la que han decidido vivir. Para evitar conflictos y contradicciones. Para evitar que a la inflexible realidad que supone que el paso del tiempo nos vaya derrotando cada día, se le una además la insoportable carga de un pasado con el que tener que rendir cuentas.

Mi memoria, la misma que olvida casi todos los sueños que mi cerebro penosamente filma cada noche, la misma que decidió hace tiempo hacerme un inútil para reconocer las caras de los que pasaron por mi vida, me ofrece como contrapartida una capacidad extraordinaria para recordar con absoluta nitidez mi pasado y el de aquellos con los que conviví. O, siendo justos, para regalarme los detalles suficientes como para poder reconstruirlo de manera verosímil. Da igual. En todo caso siempre siento que cabalgo a lomos de lo que hice o dije, sin poder engañarme, aceptando las contradicciones, recordando las alegrías tanto como las penurias, siendo incapaz de inventar ni añorar estadios mitificados de esa infancia o esa adolescencia que parecen haber marcado a fuego a mi generación, tal vez como contrapeso a las miserias de ese día a día adulto tan cabrón, tan complicado, tan alejado de lo que una vez soñaron. La memoria como herramienta nostálgica sólo sirve para hacer la derrota más digerible, para constatar que el presente de tantos se ha convertido en un gris perpetuo, que las responsabilidades adultas lo llenan todo y que sólo podemos escapar adentrándonos en el recuerdo de lo que fuimos, de lo que ya no es, de lo que tal vez nunca fue pero se resiste a desaparecer.

Durante años renegué de la memoria, de mi memoria, de mi pasado, me cerré a todo lo que significara necesitar recordar ese ayer, innecesario y paralizante. Luché por aprovechar el día, el momento, el intenso presente que hacía de cada instante el más significativo, el más importante, el que todo determinaba y respecto al cual todo debía girar. Creo que el modelo aún me sirve y aún soy capaz de utilizarlo. Por ello casi nunca me encuentro mirando hacia atrás, casi nunca me encuentro solazándome en la felicidad pasada ni reconstruyendo ficticias arcadias perdidas, a pesar de la tentación que ello supone, a pesar de comprender la enorme capacidad de atracción que ello posee. Aún así con los años he aprendido a soltar las riendas, a dejar fluir mi memoria, a dejar que mi pasado retorne sin los condicionantes de entonces, sin que ello signifique un problema, sin que suponga sumergirme en la niebla y perder el paso. Tal vez sean los muertos que vuelven en sueños, tal vez sean los años que uno va cumpliendo, tal vez sea la necesidad de no olvidar cuáles fueron los fundamentos mediante los que me construí. Ni las personas junto a las que caminé. Tal vez.

Tan importante como no permitir que la memoria te paralice es no olvidar aquello sin lo que no te puedes explicar a ti mismo. Tan importante como impedir que la nostalgia te destruya es recordar la importancia de los que a tu lado estuvieron y sin los que jamás podrías entender quién eres hoy. Tan importante como evitar que el pasado te marque indeleblemente es acordarse de los primeros pasos mediante los que decidiste convertirte en la persona que hoy eres. A pesar de todo. Y precisamente por eso.

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