07 julio 2013

Internet nos hace superficiales... (1 de 2)

Nos está pasando a muchos, lo hemos tenido que ir reconociendo a pesar de que al principio nos lo negábamos incluso a nosotros mismos. Nos ha ayudado que por fin sea algo que se ha puesto encima de la mesa, algo de lo que se habla ya abiertamente, que se puede valorar y discutir y que, por supuesto, ya somos conscientes de que no es un problema sólo nuestro. Desde hace un tiempo se escriben artículos sobre el asunto, aparecen sesudos ensayos expresando honda preocupación y es un problema que los que estamos conectados mucho tiempo a Internet, a las redes sociales, a la Web 2.0 en general, no podemos ni debemos eludir: Internet está afectando a nuestra capacidad lectora. Cada vez es más dificultoso mantener la concentración fijada durante horas en una lectura pausada, comprensiva y reflexiva. Y esas son las características fundamentales que pueden hacer que dicha lectura suponga un aprendizaje significativo y trascendente, una experiencia con poso y con sustancia. Por lo tanto nos deslizamos peligrosamente hacia una experiencia lectora superficial, intensa y agotadora de textos consecutivos y paralelos cada más breves, más extremistas y con menor profundidad, en los que lo emocional y la ausencia de matices se hacen preponderantes y lo reflexivo y lo analítico desaparecen. 

Vivimos inmersos en un carrusel desquiciado de noticias que cada hora parecen suponer un punto de inflexión definitivo en lo político, lo social o lo económico. Noticias sobre las que nos volcamos con ansiedad leyendo y escribiendo radicales juicios apresurados, navegando como posesos en busca de nuevos artículos que nos ayuden a clarificar el nuevo escenario que dichas noticias han dibujado, para tan sólo obtener una riada de datos descontextualizados que no tenemos tiempo de hilar ni de darles forma racional porque de repente aparece la nueva noticia que todo lo cambia. Las opiniones se entrecruzan, aparece la confrontación, se discute con quien no es el enemigo pero al menos tiene una cara (virtual), se abandona la idea de convencer a nadie, se grita, se insulta, escupimos al ciberespacio parte de la rabia que acumulamos en el día a día. Y cuando nos cansamos de discutir dejamos aparecer el sarcasmo, jaleamos el cinismo y elevamos a los altares durante unos segundos el pretendido ingenio de los que se erigen en poetas mínimos del fracaso colectivo social en el que vivimos. Tal vez sea en Twitter y en los comentarios a los artículos de los medios digitales donde se manifiesta con mayor virulencia aquello que describo.

Actualmente Internet ofrece lo que parece una ilimitada oferta de información y de conocimientos que están ahí esperando tan sólo a que el interés de cada uno de nosotros nos permita acceder a ellos. Podemos mejorar nuestra formación mediante un aprendizaje continuo hecho a la medida de cada uno de nosotros. Podemos confrontar opiniones, profundizar en asuntos que antes estaban vedados por los grandes medios de comunicación, aclarar ideas, entender nuevos conceptos. Pero la realidad es otra, muy diferente. El último ensayo de Pascual Serrano, La comunicación jibarizada, trata sobre ello, como antes lo había hecho Nicholas Carr en Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes? La realidad es que tras la promesa de acceso a una información ilimitada, de un acceso infinito a diferentes voces y puntos de vista sobre cualquier tema que nos ocupe, la Web 2.0 se ha convertido en un enorme patio de vecinos en el que el que el ruido ensordecedor provocado por la opinión continua sin filtro de todos nosotros nos termina arrastrando por el camino de la irrelevancia, de la búsqueda del titular, del reconocimiento en un otro que casi no se conoce, a través de una lectura diagonal que apenas supone un escaneo insustancial del contenido escrito pero con el que creemos, erróneamente, dotarnos de datos con los que finalmente terminamos reafirmándosonos en nuestras posturas previas. Abrimos decenas de enlaces que nos llevan a decenas de artículos que a su vez nos direccionan a decenas de nuevas páginas en un bucle infernal que, generalmente, tras una lectura superficial y apresurada, dejamos abiertos como pestañas en el navegador, durante un rato, hasta que de manera displicente los cerramos sin reflexionar mucho sobre ello. En todo este proceso consumimos tiempo, mucho tiempo, un tiempo que podríamos dedicar a realizar lecturas en profundidad sobres esos temas que decimos que tanto nos preocupan. Pero la tendencia es otra, la multitarea se impone, la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo es alabada como una mejora evolutiva, como una forma de aprovechar el tiempo, de abrirse a diferentes estímulos que nos enriquecen intelectualmente. Y son tachados como conservadores y retrógrados los que señalan que diversificar nuestra atención, intentar estar a muchas cosas al mismo tiempo puede impedir la profundización y la reflexión sobre cada una de esas tareas que se realizan, y que por ello, tal vez, nuestros aprendizajes tiendan a ser menos significativos.

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